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Permítaseme también expresar en nombre de todos vosotros mis gracias de corazón a los organizadores de este congreso, a los generosos esperantistas suizos, que tan incansablemente han trabajado durante el año pasado, fundando en casi todas las ciudades suizas grupos esperantistas y que con diligencia hicieron todo lo que pudieron para preparar bien nuestro congreso; al Comité Organizador Central Provisor, que sobre todo en la persona de su presidente trabajó con tanta energía y se preocupó con tanta diligencia de los preparativos; por último pero no menos importante a todos los amigos ignotos que por su generosa aportación a la Oficina Central dieron un fundamento resistente para trabajos más importantes.
¡Señoras y señores!
En la apertura de nuestro congreso esperan Vds. de mí un discurso especial, quizá algo oficial, algo indiferente, pálido y sin contenido, como los discursos oficiales ordinarios. Pero no les puedo dar ese discurso. Generalmente no me gustan esos discursos, pero principalmente ahora, en el año actual, ese tipo de discurso incoloro sería un gran pecado por mi parte. Vengo de una tierra donde muchos millnes de personas luchan con dificultad por su libertad, por la libertad más elemental y humana, por los derechos del hombre. Sin embargo no puedo hablaros de eso; puesto que si como personas particulares todos Vds. quizá sigan con interés la difícil lucha en la gran tierra plurimillonaria, no obstante como esperantistas esa lucha no les puede tocar a Vds., y nuestro congreso no tiene nada común con los asuntos políticos. Pero además de la lucha puramente política, en dicha tierra se hace ahora algo que nosotros como esperantistas no podeos dejar de tocar: vemos en ese país una lucha cruel entre los pueblos. Allí no ataca el hombre de un país al de otro por intereses puramente políticos de la madre patria —allí los hijos naturales del mismo país se arrojan como bestias feroces contra los mismos hijos naturales de la misma tierra sólo porque pertenecen a otro pueblo. Cada día se extinguen muchas vidas humanas por batallas políticas, pero muchas más vidas se extinguen allí cada día por luchas entre pueblos. Es terrible el estado de cosas en el Cáucaso plurilingüe, terrible es el estado en la Rusia Oriental. ¡Maldito sea, mil veces maldito, el odio entre pueblos!
Cuando aún era yo un niño, en la ciudad de Bielostok, observaba con dolor la extranjería recíproca que dividía entre sí a los hijos naturales de la misma tierra y de la misma ciudad. Y soñé que al pasar un cierto número de años, todo cambiaría y mejoraría. Y pasaron efectivamente cierto núemro de años, y en lugar de mis bellos sueños, vi una constatación terrible: en las calles de mi desgraciada ciudad de nacimiento hombres salvajes con hachas y barras de hierro se arrojaron como crueles animales contra los tranquilos residentes cuya única culpa consistía en hablar otra lengua y tener otra religión diferente a la del pueblo de los salvajes. ¡Por esa causa se les rompió el cráneo, y se les sacaron los ojos a los hombres y mujeres, a los ancianos inútiles y desvalidos niños! No quiero contarles a Vds. los terribles detalles de la carnicería bestial de Bielostok; como esperantistas quiero decirles solamente que los muros entre los pueblos son aún altos y gruesos, contra esos muros luchamos.
Ya se sabe que no fue el pueblo ruso quien tuvo la culpa de la masacre bestial de Bielostok y muchas otras ciudades, pues el pueblo ruso nunca ha sido cruel ni ávido de sangre; se sabe que no son los tártaros o armenios los responsables de la carnicería constante, pues ambos pueblos son tranquilos y no desean imponer a nadie su gobierno, y lo único que desean es que se les deje vivir en paz. Se sabe ahora con total claridad que la culpa es de un grupo de criminales abominables que, por medio de diversas e innobles maquinaciones, por mentiras difundidas masivamente y calumnias artificiales crearon el odio terrible entre unos y otros pueblos. Pero, ¿acaso los mayores embustes y calumnias podrían dar frutos tan terribles si los pueblos se conociesen entre sí lo suficientemente bien, si entre ellos no se alzasen altos y espesos muros que les impidiesen comunicarse libremente y ver que los miembros de otros pueblos son personas exactamente iguales a los de nuestro pueblo, que su literatura no predican esos crímenes tan terribles, sino que tienen la misma ética y los mismos ideales que la nuestra? ¡Rompan, rompan los muros entre los pueblos, denles la capacidad de conocerse y comunicarse libremente a base de un fundamento neutral, y sólo entonces podrán desaparecer esas bestialidades que vemos en diversos lugares!
No somos tan ingenuos, como piensan de nosotros ciertas personas, para creer que el fundamento neutral hará ángeles de los hombres, sabemos muy bien que los hombres malos siempre seguirán siéndolo; pero creemos que la comunicaciòn y conocimiento basado en un fundamento neutral alejará por lo menos a la gran masa de esas bestialidades y crímenes que no son causados por la mala voluntad, sino por el simple desconocimiento e imposición ajena.
Ahora, cuando en diversos lugares del mundo la lucha entre los pueblos se ha hecho tan cruel, nosotros, los esperantistas, debemos trabajar con más enería que nunca. Pero para que nuestro trabajo sea fructífero, debemos ante todo explicarnos bien la idea interna del esperantismo. Todos aludimos a menudo inconscientemente a esta idea en nuestros discursos y libros, pero jamás hemos hablado de ello con mayor claridad. Ya es hora de que hablemos clara y precisamente de ello.
De la declaración unánimemente aceptada en el Congreso de Boulogne ya sabemos lo que es el esperantismo en la práctica; de esa declaración también sabemos que esperantista se llama a toda persona que utiliza la lengua Esperanto independientemente de la finalidad con que lo utiliza. Por consiguiente, esperantista es no sólo la persona que utiliza el Esperanto única y exclusivamente por razones prácticas, sino también es esperantista aquel que utiliza el Esperanto para ganar dinero por medio de él, esperantista es la persona que usa el Esperanto sólo para divertirse, esperantista es incluso la persona que utiliza el Esperanto para fines malos y odiosos. Pero además del lado práctico, obligado para todos y ya demostrado en la declaración, el esperantismo tiene también otra vertiente, no obligatoria, pero mucho más importante, la vertiente ideal. Esta vertiente pueden explicársela los esperantistas en el modo y grado más diversos. Por ello, para evitar toda belicosidad, los esperantistas han decidido dejar a todos la completa libertad para aceptar la idea interna del esperantismo en la forma y grado en que desee por sí mismo, o —si quiere— incluso no aceptar esa idea para el esperantismo. Para quitar de los primeros esperantistas toda responsabilidad por los hechos e ideales de otros esperantistas, la Declaración de Boulogne precisó la esencia del esperantismo oficial, aceptada sin discusión por todos y añadió las siguientes palabras: Toda otra esperanza o sueño a la que una persona ligue al esperantismo es un asunto suyo puramente privado del que no responde el esperantismo. Pero desgraciadamente la palabra privado la entendieron algunos amigos esperantistas en su significado de prohibido, y de esa manera en lugar de conservar para la interna idea del esperantismo la posibilidad de desarrollarse, ellos quisieron matar esa idea del todo.
Pero nosotros, los que luchamos por el Esperanto, hemos dado por propia voluntad al mundo el pleno derecho de mirar al Esperanto sólo desde su vertiente práctica y utilizarlo sólo para nuestra utilidad, lo que por supuesto no da dercho a nadie a exigir que todos nosotros veamos en el Esperanto sólo una cosa práctica. Desgraciadamente en los últimos tiempos entre los esperantistas han aparecido voces que dicen: el Esperanto es sólo una lengua; evitad ligar incluso en privado el esperantismo a cualquier idea, pues de otra manera se pensará aque todos tenemos esa idea, y disgustaremos a diversas personas a las que no les gusta esa idea. ¡Oh, qué palabras! ¡Por temor a disgustar a las personas que utilizan el Esperanto sólo por cosas prácticas para ellos, debemos todos sacarnos del corazón la parte del esperantismo que es la más importante, la más sagrada, la idea que es el objetivo principal de la causa del Esperanto, que es la estrella que nos ha guiado a todos los luchadores por el Esperanto! ¡Oh, no, nunca! Con enérgica protesta rechazo esta exigencia. Si a nosotros, los primeros luchadores por el Esperanto, se nos obliga a evitar en nuestra actuación todo lo ideal, con indignación iremos a quemar todo lo que hemos escrito a favor del Esperanto, anularemos con dolor los trabajos y sacrificios de toda nuestra vida, arrojaremos lejos la estrella verde que descansa en nuestro pecho y gritaremos con abominación: ¡Con ese Esperanto que debe servir exclusivamente a los objetivos del comercio y utilidad práctica no queremos tener nada en común! Vendrá el momento en que el Esperanto, habiéndose convertido en la posesión de toda la humanidad, perderá su carácter de idealismo; entonces se convertirá en sólo una lengua, no se luchará ya por ella, sólo se obtendrá un provecho de ella. Pero ahora, cuando casi todos los esperantistas no son todavía beneficiarios, sino luchadores, todos nosotros somos plenamente conscientes de que al trabajo por el Esperanto nos instiga no el pensamiento de su utilidad práctica, sino el significado que la lengua tiene en sí de idea sagrada e importante. Esta idea —lo sienten Vds. muy bien— es la fraternidad y justicia entre todos los pueblos. Esta idea ha acompañado al esperantismo desde el primer momento de su nacimiento hasta el momento presente. Ha instigado al autor del Esperanto cuando era sólo un niño pequeño, cuando hace ventidós años un pequeño círculo de escolares de varias etnias celebramos el primer signo de vida del futuro Esperanto, cantaron juntos una canción en que se repetían después de cada estrofa las palabras: malamikeco de la nacioj, falu, falu, jam estas tempo (¡Odio de las naciones, cae, cae, cae, ya es hora!) Nuestro himno canta el nuevo sentir que ha venido al mundo (nova sento, kiu venis en la mondon), todos los libros, palabras y hechos del iniciador y de los esperantistas actuales siempre inspiran con total claridad esta misma idea. Nunca ocultamos nuestra idea, nunca hemos podido tener ni la más mínima idea sobre ello, pues siempre hablamos sobre ello, y siempre trabajamos con denuedo. ¿Por qué, pues, se nos han unido personas que ven en Esperanto sólo una lengua? ¿Por qué no han temido que el mundo les echaría la culpa del gran crimen, en nombre de su deseo, de ayudar a la eventual unidad de la humanidad? ¿Acaso no ven que sus palabras son contrarias a sus propios sentimientos y que ellos inconscientemente sueñan con eso mismo con lo que soñamos todos, a pesar de que a causa de ese injusto temor de los insensatos atacantes tienen que negarlo con dolor?
Si yo he pasado la mayor parte de toda mi vida con grandes sufrimientos y sacrificios y no me reservé ni siquiera los derechos de autor —¿lo hice por algún tipo de utilidad práctica?—. Si los primeros esperantistas con paciencia se expusieron no sólo a la constante burla, sino incluso a grandes sufrimientos, y por ejemplo una pobre profesora sufrió durante mucho tiempo hambre sólo para poder ahorrar algo de dinero para la propaganda del Esperanto—, ¿acaso ellos hicieron esto por la utilidad práctica? Si a menudo personas que estaban al borde de la muerte me escribían que el Esperanto era el único consuelo de su vida a punto de terminarse, acaso pensaban entonces en su utilidad práctica? ¡Oh, no, no, no! Todos se acordaban de la idea interna incluida en el esperantismo; a todos les gustaba el Esperanto no porque acerca recírpocamente los cuerpos de las personas, ni siquera porque acerca los cerebros de las personas, sino porque acerca sus corazones.
¿Recuerdan Vds. con qué fuerza todos estábamos entusiasmados en Boulogne-sur-Mer? Todos los que participaron en aquel congreso conservan de él el recuerdo más agradable y entusiasmado de su vida, todos lo llaman el Congreso Inolvidable: ¿qué, pues entusiasmó a los miembros del congreso? ¿Acaso la diversión por sí misma? ¡No, todos pueden tener por su cuenta mucha mejor diversión, escuchar obras de teatro y cantos mucho mejores e interpretados no por aficionados inexpertos, sino por perfectos especialistas! ¿Nos entusiasmó el gran talento de los oradores? No, no los tuvimos en Boulogne. ¿El hecho de que nos comprendimos el uno al otro? Pero en todo congreso nacional ya nos entendemos con igual facilidad, y sin embargo no nos entusiasmamos. No, Vds. todos saben muy bien que no nos entusiasmaron las diversiones en sí mismas, ni la mutua comprensión en sí misma, ni la utilidad práctica que mostraba el Esperanto, sino la idea interna del esperantismo, lo que todos nosotros sentíamos en nuestro corazón. Sentíamos que comenzaba la caída de los muros entre los pueblos, sentíamos el espíritu de la fraternidad con toda la humandiad. Nos dimos cuenta de que hasta la desaparición final de los muros queda mucho, pero sentimos que éramos testigos del primer golpe fuerte contra esos muros; sentimos que ante nuestros ojos volaba el fantasma de un futuro mejor, un fantasma todavía muy nebuloso, que sin embargo desde ahora en adelante siempre iría cogiendo cuerpo y poder.
¡Sí, queridos colaboradores! Para el mundo indiferente el Esperanto puede ser sólo una cuestión de utilidad práctica. Todo aquel que utiliza el Esperanto o que trabaja por él es esperantista, y todo esperantista tiene todo el derecho a ver en el Esperanto sólo una simple lengua, un frío instrumento de comprensión internacional parecido al código de banderas de la marina, si bien más perfecto. Esos esperantistas seguramente no vienen a nuestros congresos, o vendrán con finalidades de exploración, prácticas o para discutir fríamente las cuestiones puramente lingüísticas, puramente académicas, y no participarán en nuestra alegría ni entusiasmo, que posiblemente les parecerán ingenuos y pueriles. Pero los esperantistas que no pertenecen a nuestra causa por la cabeza, sino por el corazón, esos siempre sentirán y preferirán del Esperanto ante todo su idea interna; no temerán que el mundo les llame con burla utópicos, y los chauvinistas nacionalistas incluso atacarán su ideal como si fuese un crimen; estarán orgullosos de ese nombre de utópicos. Cada nuevo congreso fortalecerá en ellos el amor a la idea interna del esperantismo, y poco a poco nuestros congresos anuales se convertirán en la fiesta constante de la humanidad y de fraternidad humana.
L.L. Zamenhof