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En Esperanto |
¡Veinticinco años de trabajo continuado por el Esperanto y por su idea! Esto lo pueden comprender sólo las personas que han tomado parte en este trabajo desde el principio hasta ahora. Desgraciadamente no quedan muchas de estas personas. De los trabajadores de la primera época viven muy pocos, otros se han cansado ante el dificultad, gran paciencia y persistencia que este camino nos exige, y han desaparecido de entre nosotros. De las personas que se encuentran ahora en esta sala, la inmensa mayoría en los primeros años del Esperanto no sabían nada sobre él, o no habían oído hablar nada de él, más que como una cosa curiosa, inane o risible. Muchos de vosotros en el momento de aparecer el Esperanto erais todavía niños; muchos otros, y ciertamente no los menos fervorosos de vosotros, en aquella época incluso no existíais todavía en el mundo. Una inmensa parte de vosotros formaba parte de otra causa cuando ya era suficientemente fuerte y probado. Muy pequeño ---calculable con los dedos de la mano--- era el número de los que han marchado con el Esperanto desde el momento en que nació hasta este momento. Con ternura pueden ahora recordar qué terriblemente difícil era todo al principio, cuando toda alusión al Esperanto exigía un valor especial, cuando de cada mil semillas que, sin ayuda ni recursos, arrojábamos pacientemente en la tierra, apenas una echaba raíces.
¡Veinticinco años! Enorme importancia tiene ese espacio de tiempo en la historia de una lengua artificial. Las lenguas naturales crecen con tranquilidad, porque con esa lengua nadie se atreve a hacer experimentos de ninguna clase o torcerla a su gusto, pero con la lengua artificial todos opinan que tienen derecho a voz, que pueden o incluso deben dirigir la suerte de la lengua según su comprensión. En una lengua natural cada empeoramiento efectivo, incluso el mayor de todos ellos, no incita a nadie a meditar, y se acepta con la mayor alegría o resignación; en una lengua artificial todo nos parece criticable, cada fruslería que no esté conforme con nuestro gusto nos pica en los ojos y despierta el deseo de cambiarla de nuevo. Una lengua artificial durante mucho tiempo se ha expuesto a los vientos interminables, al continuo tira y afloja. ¡Cuántos vientos, cuántos tirones ha debido sufrir nuestra lengua durante sus veinticinco años de existencia! Si aguantó todo con salud, si a pesar de todos los vientos y tirones de 25 años ha vivido y crecido regular y directamente, siempre fortaleciéndose y enriqueciéndose, sin torcerse ni amputarse nunca, sin amenazar con fragmentarse en dialectos, sino que siempre fortalecía más en su espíritu totalmente definido e igual, nunca perdiendo hasta hoy lo que había adquirido ayer..., podemos por todo esto felicitarnos.
Hace veinticinco años me preguntaba yo con temor si un cuarto de siglo después alguien en el mundo sabría todavía que existió una vez el Esperanto, y ---si el Esperanto viviese--- si se podría todavía comprender lo que se había escrito en Esperanto en su primer año, y si un esperantista inglés podría comprender a un esperantista español. Ahora sobre todo esto la historia ha dado ya plena y perfectamente una respuesta tranquilizadora. Todos vosotros sabéis que una obra escrita en buen Esperanto hace veinticinco años conserva en plena medida su bondad también ahora, y los lectores incluso no pueden negar que está escrita en el primer año de la existencia de nuestra lengua. Todos vosotros sabéis que entre el estilo de un buen esperantista inglés y el estilo de un buen esperantista español hoy en día no existe diferencia alguna. Nuestra lengua constantemente progresa y se enriquece, y sin embargo, gracias a la regularidad de su progreso, nunca cambia para perder la continuidad con la lengua de antes. Como la lengua de un hombre maduro es mucho más rica y flexible que la lengua de un niño, y no obstante la lengua del niño que habla bien no se diferencia apenas de la lengua del hombre maduro, así la obra que se escribió en Esperanto hace veinticinco años no tiene la riqueza de palabras que tienen las que se escriben ahora, pero sin embargo la lengua de aquel tiempo no ha perdido absolutamente nada de su valor incluso en el tiempo actual.
Una lengua que ha soportado la prueba de veinticinco años, que en su mejor y más floreciente estado ha vivido a través de toda una generación humana y es más vieja que muchos de sus usuarios, que ha creado ya una gran y vasta literatura, que tiene su propia historia y sus propias tradiciones, su espíritu totalmente preciso y sus ideales totalmente claros..., esa lengua no necesita ya temer nada le haga perecer sacándole a empujones de su camino natural y recto. La vida y el momento han garantizado a nuestra lengua una fuerza natural que ninguno de nosotros puede ofender sin castigo. El jubileo de hoy es una fiesta de esta vida y este tiempo.
Para que nosotros, los vivos, podamos festejar el jubileo de hoy, muchas personas que ya no viven trabajaron fervorosa y generosamente. Nuestro deber moral es recordarles en este momento solemne actual. Pero, ¡ay!, el número es muy grande para poder siquiera citarlos, y además de eso la mayor parte de ellos han trabajado con tanta modestia que ni siquiera sabemos sus nombres. Pro eso, para no realizar una selección injusta entre los eminentes y los no eminentes, no citaré ningún nombre en particular. Debo hacer una excepción sólo por nuestro camarada Van der Biest, cuyo nombre está todavía muy fresco en nuestra memoria, que el año pasado organizó y presidió nuestra fiesta anual, y cuya muerte está sin duda ligada a esos grandes trabajos y disgustos que se tomó en nuestro beneficio. En vuestro nombro expreso un saludo póstumo a las sombras de todos nuestros queridos camaradas que durante los últimos veinticinco años nos ha arrebatado la muerte. Sus sombras se yerguen ante nuestros ojos, como si tomasen parte en esta gran fiesta, que ellos prepararon, pero no vivieron. Os propongo que en honor de su memoria nos levantemos de nuestros asientos.
Ahora que la naturaleza de nuestra causa está fuera de toda duda, me vuelvo a vosotros, queridos compañeros, con una petición que hace mucho tiempo que quería haceros, pero que hasta ahora he retrasado porque temía hacerla demasiado temprano. Os pido que me liberéis de este papel que, por causas naturales, he ocupado en nuestra causa durante veinticinco años. Os pido que desde este momento dejéis de ver en mi al maestro y que dejéis de honrarme con ese título
Sabéis que ya desde el comienzo más temprano de nuestro movimiento declaré que no quería ser el dueño del Esperanto, sino que el pleno dominio del Esperanto lo doné por completo a los propios esperantistas. También sabéis que desde esa época yo siempre he actuado lealmente o al menos intenté actuar conforme a esa declaración. Os di los consejos que pude y como pude, pero nunca habéis oído de mí la palabra esto lo mando yo o así lo deseo. Nunca he intentado imponeros mi voluntad. No obstante, al constatar que hasta su pleno fortalecimiento nuestra causa necesitaba algún tipo de bandera corpórea, yo ---según vuestro deseo--- durante veinticinco años he desempeñado ese papel como he podido, y he permitido, si bien contra mi voluntad, que hayáis visto en mí a un jefe ya un maestro. Con alegría y orgullo constato que todos siempre habéis mostrado para conmigo una confianza y un cariño sincero, y que por eso os expreso mis más cordiales gracias.
Pero ahora me permitiréis que por fin me libere de este papel. El congreso actual es el último en que me veáis ante vosotros, después, si puedo venir a vosotros, siempre me veréis entre vosotros.
He aquí la causa que me ha obligado a tomar esta decisión:
La existencia de un jefe natural constante, incluso si ese jefe tiene sólo el carácter de símbolo unificador, presenta un grave inconveniente para nuestra causa, porque le da un carácter personalista. Si a alguien no le gusta mi persona o mis principios político-religiosos, se hará enemigo del Esperanto. Todo lo que yo diga o haga personalmente se liga al Esperanto. El título excesivamente honorífico de maestro que me dais, a pesar de que efectivamente atañe sólo a la cosa de lengua, aparta del Esperanto a muchas personas a las que por alguna causa no les simpatizo y que temen que, si se hacen esperantistas, deberán considerarme su jefe moral. Todo aquel cuya opinión sobre asuntos esperantistas difiere de la mía se cuida de expresarla libremente, por no contrariar públicamente a aquel a quien los esperantistas llaman su maestro. Si los esperantistas no quieren aceptar la opinión de alguien, ese alguien ve en eso sólo la omnipotente influencia del maestro. Ahora, cuando nuestra causa ya es lo suficientemente fuerte, es necesario que se haga absolutamente libre, no sólo libre de todos los decretos personales ---lo que ya se hace desde hace veinticinco años---, sino también de toda influencia personal, sea virtual o efectiva. El mundo tiene que saber con total claridad que el Esperanto puede tener o no tener sus dirigentes libremente elegidos, pero que no posee ningún maestro permanente. Llamadme por mi nombre, llamadme fundador de la lengua, o como queráis, pero os pido que no me llaméis más maestro, porque con ese nombre, tan ligado a lo moral, encorsetáis nuestra causa.
Muchos de vosotros lleváis en el corazón los mismos ideales que yo, a pesar de que ninguno los lleva en la misma forma exactamente. Pero el mundo debe saber que ese parentesco espiritual entre vosotros y yo es libre, que el esperantismo y los esperantistas no pueden ser responsables de mis ideas y aspiraciones personales, que para ninguno de vosotros son obligatorias. Si yo digo o hago algo que no esté conforme al gusto o convicciones de cualquiera de vosotros, mi deseo es que no os molestéis y que tengáis el derecho a decirme: esto es una idea totalmente particular o una locura de Zamenhof y no tiene nada en común con el movimiento esperantista en que él es ahora una persona particular ahora. La idea interna del Esperanto, que no tiene absolutamente ninguna obligatoriedad para ningún esperantista en particular, pero que, como sabéis de sobra, rige y siempre debe regir en los congresos esperantistas, es: sobre una base lingüística neutral hacer desaparecer los muros entre los pueblos y acostumbrar a las personas a que todos vean en su prójimo sólo a un hermano y hermano. Todo lo que esté sobre esa idea interna del Esperanto es sólo un asunto privado que puede posiblemente estar basado en esa idea, pero que nunca debe ser considerado como identificado con ella.
Antes de desprenderme de todo papel oficial en nuestra causa, todavía os insto por última vez: trabajad en plena unidad, en orden y concordia. Todas las cuestiones dudosas que tengan relación con el asunto esperantista y que no se refieran a la libertad personal de cada esperantista particular resolvedlas en paz con el arbitraje regulado de vuestros delegados elegidos por todos por igual y cediendo disciplinadamente la minoría a la mayoría. Nunca permitáis que en nuestra causa rija el principio: tiene razón el que chille más. Por la unidad venceremos tarde o temprano, incluso si todo el mundo se confabula contra nosotros, pero por las luchas intestinas arruinaríamos nuestra causa más deprisa que todos nuestros enemigos juntos. No olvidéis que el Esperanto no es sólo una simple lengua que todos nosotros usamos sólo para sus propias necesidades, sino que es un importante problema social que, para conseguir nuestro objetivo, debemos propagar constantemente nuestra causa y preocuparse porque el mundo tenga estima y confianza en ella. Si en nuestra causa aparece algo que nos parezca malo, podemos tranquilamente hacerlo desaparecer por decisión comúnmente acordada; pero nunca sembremos en nuestro campamento el odio recíproco y la disputa, que sólo serviría para alegrar y hacer triunfar a nuestros enemigos. En los primeros años de nuestra labor estaban escritas en nuestro estandarte las palabras esperanza, obstinación y paciencia; eso bastaba porque nosotros, compañeros, debemos estimarnos y ayudarnos recíprocamente, y eso se comprendía por sí mismo. En los últimos años desgraciadamente a menudo hemos olvidado ese deber; por eso ahora, al pasar al segundo periodo importante de nuestra historia, al segundo cuarto de siglo, escribamos en nuestro estandarte una nueva palabra, y esta nueva palabra respetemos siempre como una santa orden: esta palabra es concordia.
He terminado lo que pensaba deciros a vosotros, queridos amigos. Sé muy bien que a muchos de vosotros os han desilusionado amargamente mis palabras de ahora. Con un amargo sentido de esperanza insatisfecha os diréis quizá: en su último discurso, en su canto del cisne ¿no tenía nada más que decirnos? En el importante día de las Bodas de Plata del esperantismo, del jubileo que hemos conseguido tras muchos sacrificios y trabajos, ¿no tenía nada más que decirnos? ¿En la primera, y quizá también la última, vez que todos nosotros de todas partes del mundo nos aproximamos lo que hemos podido al lugar donde nació el Esperanto y donde la atmósfera, saturada de belicosidad entre naciones, por inevitable reacción natural dio luz al movimiento esperantista, ---¿acaso en este grave y solemne momento él no tenía nada que decirnos? ¡Oh, no, mis queridos amigos, mis queridos camaradas y colaboradores! Mucho, mucho quería deciros hoy, pues mi corazón está lleno; en el momento jubilar del esperantismo querría hablaros de lo que parió al esperantismo, de su esencia y consecuencias predecibles; pero hoy estoy ante vosotros en un papel oficial, y no deseo que mi credo privado se considere como credo obligatorio para todos los esperantistas. Por eso perdonadme que no hable más.
Lo que es la esencia de la idea esperantista y a qué futuro conducirá a la humanidad en su día la intercomprensión basada en una base humana neutral lingüística no nacional, ---eso lo sentimos muy bien, a pesar de que no todos en igual forma y grado---. Demos, pues, el gobierno a ese sentimiento silencioso pero solemne y profundo y no lo profanemos con explicaciones teóricas.
¡Compañeros! La antigua capital polaca en que nos hemos reunido preparó para nosotros una acogida hospitalaria, hizo mucho por honrar nuestra causa y por agradarnos en nuestra estancia durante el congreso. Espero que, al volver a vuestra casa, todos os llevéis el mejor recuerdo de esta tierra y ciudad, que la mayoría de vosotros hasta ahora quizá conocíais muy poco. Al reino y al país que nos mostraron su amistad, pero principalmente a las autoridades de la hospitalaria Cracovia y a todas las instituciones y personas que han dado a nuestro congreso su apoyo moral y material le expreso en vuestro nombre las más cordiales gracias. Las gracias más cordiales expreso ante todo al incansable comité local organizador, que no ahorraron trabajo para la mejor preparación posible de nuestro congreso. Y ahora os deseo a todos una fiesta alegre y un trabajo fructífero.
L.L. Zamenhoff