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Como introductor tradicional de los congresos me permito expresar
en nombre de todos los congresistas nuestras gracias respetuosas
y sinceras a su Majestad Real el Rey Alberto por el gran honor
que ha hecho a nuestra causa al tomar sobre sí la protección de
nuestro congreso. Espero expresar el deseo de todos los
congresistas al proponer que le enviemos telegráficamente nuestro
saludo plurirracial al rey del país que nos acoge, y nuestras
gracias a nuestro más alto protector. Expreso también en nombre
de los congresistas nuestras gracias de corazón al Ayuntamiento
de Amberes, que afablemente nos han brindado su ayuda y apoyo
moral. Finalmente, expreso nuestras gracias más cordiales a los
compañeros belgas que han preparado nuestra fiesta con tanto
trabajo y preocupación. También utilizo la ocasión de nuestra
fiesta para invocar en vuestra memoria el nombre de hombre que
tiene un importantísimo mérito en nuestra causa. El prelado
Martin Schleyer, cuyo nombre todos vosotros conocéis muy bien, el
autor del Volapük, que celebró hace poco su octogésimo
cumpleaños, y sería imperdonable que no utilizáramos la
ocasión
de nuestra reunión general para expresarle los sentimientos que
tenemos hacia él. Él es el verdadero padre de todo el movimiento
de la lengua internacional. Antes que él nadie había soñado sobre
una lengua internacional: se había intentado trabajar en ello,
pero eran sólo esbozos teóricos, pálidos fantasmas
incorpóreos de
las regiones de los sueños. Él fue el primero que se dijo: por la
lengua internacional no hay que soñar sino trabajar; mientras
todo dormía a su alrededor, él fue el primero que creó de una
forma práctica el movimiento de la lengua internacional. El
Volapuk no fue vencido por el Esperanto, como muchas personas
piensas erróneamente; pereció por sí mismo en una época en
que el
tranquilo y nada rebuscado Esperanto trabajador era aún demasiado
débil para vencer a nadie; no pereció debido a su extraño sonido
o por otras causas parecidas, pues a todo se puede uno
acostumbrar, y lo que ayer parecía idioma salvaje de la gente más
bárbara, poco a poco se convierte en una lengua rica, elegante y
oportuna. El Volapuk pereció principalmente debido a un grave
error que tenía, desgraciadamente: la absoluta falta de evolución
natural: con cada nueva palabra o forma la lengua debía depender
constantemente de las decisiones de una persona o de un grupo de
personas no demasiado bien avenido. Como sobre un tronco
plantado en la tierra no pudieran crecer nuevas ramas y hojas,
sino que debiesen ser esculpidas y pegadas a él. Si no hubiese
existido este error, que desgraciadamente no se pudo corregir, el
Volapuk nunca hubiese perecido y todos nosotros seguramente ahora
estaríamos hablando en Volapuk. Pero ese desgraciado error que
causó la falta de talento y de diligencia, así como la
publicación precipitada de la lengua sin haber experimentado
maduradamente lo suficiente, errores que hicieron perecer el
Volapuk, en modo alguno disminuye el mérito de su autor, que hizo
estremecer al mundo por primera vez con nuestra idea; los grandes
méritos de Schleyer en la historia de la lengua internacional
jamás desaparecerán. Os propongo que con ocasión de la fiesta de
Schleyer telegrafiemos en nombre de toda la esperantidad nuestra
felicitación de corazón, nuestras gracias por su gran trabajo y
nuestro deseo de que viva muchos años y tenga la conciencia de
que el fruto de su trabajo jamás perecerá.
¡Queridos amigos! Estoy frente a vosotros hoy sin esperanza.
Porque durante la última época el estado de mi salud ha sido muy
malo, había decidido no viajar al congreso este año. No obstante,
en el último momento tuve que cambiar mi decisión, pues noté que
el proyecto que se presentaba para discutir en el Séptimo
Congreso no se había comprendido bien por todos y quizá
necesitase aclaraciones por i parte. Por eso no os extrañéis que
no haya preparado un discurso para vosotros sobre algún tema
especial, sino que toque sólo con algunas palabras la cuestión
cuya discusión os propongo durante el congreso. No anticiparé
vuestra decisión a favor o contra el proyecto a discutir, quiero
sólo decir algunas palabras generales para motivaros a prepararos
bien y sin partidismos para las discusiones inminentes.
Existen en nuestra causa cuestiones que pueden resolverse no por
alguna persona determinada, ni por una asociación nacional
determinada, ni tampoco por alguna institución determinada, sino
sólo por toda la esperantidad: por ejemplo, las cuestiones sobre
nuestro Comité Lingüístico, Comité Constante de Congresos,
etcétera. Si alguien quiere hacer alguna sugerencia sobre la
acción interna de esas instituciones, puede presentar sus
propuestas a los directivos de dichas instituciones; pero si se
trata de quejas, si se exige una reorganización, substitución o
incluso desaparición de esas instituciones, entonces, ¿a quién se
debe uno dirigir? O si aparecen algunas preguntas que conciernen
a todos los esperantistas, pero no pertenecen ni al Comité
Lingüístico ni al Comité de Congresos, entonces ¿quién tiene el
derecho de resolverlos? En su vida privada cada persona o grupo o
asociación es evidentemente libe y puede actuar como quiera o
pueda; pero sobre todas las cuestiones, dudas o empresas que se
refieren a la causa esperantista, es incuestionablemente
necesario que tengamos la posibilidad de saber siempre la
verdadera opinión o deseo de todos los esperantistas. El
Esperanto todavía no está en ese estado feliz en que podamos
todos sacarle provecho, sin preocuparnos del bienestar de la
propia causa: debemos durante largo tiempo seguir propagándolo,
haciéndolo crecer, defendiéndolo contra sus enemigos; pero no
tenemos la posibilidad de hacer consultas regularmente, o si
nuestras consultas, que no se hacen de una forma ordenadamente
parlamentaria, no tienen valor moral para los esperantistas,
pareceremos un organismo sin cabeza y sin manos, no podremos
emprender nada, nos quedaremos inmóviles y habrá querellas entre
nosotros mismos.
No quiero en este momento defender el proyecto del que hablaréis
vosotros en los próximos días. Puede ser que el proyecto tenga
grandes errores que vuestra discusión corrija, es muy posible que
todo el proyecto entero se vea que es inaceptable y entonces ùlo
veréis enseguidaù no os lo impondré, como jamás os he impuesto
nada. Sólo os pido una cosa: lo que quiera que decidáis, que no
cerremos el congreso antes de que acordemos de una u otra forma
que nos dé la capacidad, al menos una vez al año, de resolver
todas las disputas colectivas o dudas en acuerdo leal y conforme
al verdadero deseo de todos los esperantistas.
El acuerdo de votación regular y legal que os propongo a
vosotros, u otro acuerdo similar, que posiblemente resulte de
vuestra discusión, no será una nueva institución y pro sí
mismo
no cambiará la marcha de nuestro asunto, pero nos dará la fuerza
del orden y de solidaridad. Las instituciones que hemos creado o
que creemos en el futuro, dejarán de tener el carácter de algo
privado que nadie apoya y que muchos atacan. Tendrán el derecho
de decir a los esperantistas: si somos buenos, respetadnos y
apoyadnos, si somos malos, reorganizadnos o abandonadnos. Todo
esperantista sabrá a qué alta instancia debe dirigirse si algo en
los asuntos esperantistas comunes no le gusta, y dejará de
dirigirse constantemente a mí, que hoy vivo pero que mañana puedo
no vivir, y que no tengo ni derecho ni deseo de resolver todas
las disputas por mi propia decisión.
Comencemos nuestra fiesta y también nuestros trabajos, a los que
dedicaremos nuestra plena atención y apartidismo. Si de nuestros
trabajos resulta la introducción de un orden preciso en nuestra
causa, entonces el Congreso de Amberes será uno delos más
importantes de todos nuestros congresos. Esperemos eso. Que todos
nosotros tengamos la firme decisión de ayudar con todas las
fuerzas a la introducción del orden y de expulsar la discordia de
nuestra causa. Con esa firme y solemne decisión en el corazón
gritemos: ¡viva, crezca y florezca nuestra causa!
L.L. Zamenhof