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En Esperanto |
Saludos a ti, Estados Unidos, el más poderoso representante del Nuevo Mundo. Nosotros, hijos del viejo continente, venimos a ti como invitados; pero lo que nos ha embarcado no ha sido el turismo sediento de ver cosas, ni nos ha impelido a tu costa la adquisición comercial; hemos venido a ti para traerte un nuevo sentido y una nueva idea, hemos venido para traerte un nuevo coraje a nuestros compañeros de ideas y de ideales, que hasta ahora trabajaron aquí y cuyas palabras sobre un nuevo pueblo quizá te han parecido demasiado fabulosas. Un pedazo de ese pueblo producto de la mezcla y sin embargo lingüística y cordialmente unido ahora está ante ti de verdad y vivo. Míranos, escúchanos, y convéncete de que no es una fábula. Somos de diversos pueblos y razas, y sin embargos nos sentimos como de la misma raza, porque nos comprendemos como compatriotas, sin tener necesidad de humillar al otro o de balbucirnos en otro idioma. Esperamos que gracias a nuestro trabajo más o menos temprano todo el mundo se nos parecerá y formaremos una sola gran gente humana, que consistirá de diversas familias, con costumbres y lenguas diferentes internamente, pero en lo externo de la misma lengua y costumbres. A esta tarea nuestra, que tiene por objeto crear una humanidad poco a poco unificada y por lo tanto refortalecida enaltecida espiritualmente, os invitamos ahora, hijos de Estados Unidos. Y esperamos que nuestra llamada no sea en vano, sino que pronto resuenen ecos en todos los rincones de vuestra tierra y a través de todo el continente.
Sólo muy pocos de nosotros hemos podido venir a vuestra tierra, puesto que nosotros, los esperantistas, no somos ricos; de nuestro congreso actual por lo tanto no podemos esperar importantes decisiones que tendrían significado para todos los esperantistas. Hemos venido a vosotros, norteamericanos, principalmente para hacer pasar a vuestro medio y ante vuestros ojos una semana de nuestra vida esperantista, para mostraros al menos una pequeña parte de esta vida, para traeros la semilla; y esperamos que después de nuestra partida esta semilla germine y crezca con potencia, y que en vuestra tierra nuestro asunto pronto tenga sus apóstoles más fervorosos e importantes.
¿Qué pretende el movimiento esperantista? Pretende alcanzar la comprensión recíproca entre todas las personas y pueblos. ¿Para qué necesitamos esa comprensión recíproca? ¿Cuáles son las consecuencias que esperamos de ella? ¿Por qué deseamos que sea inevitablemente sobre una base neutral? ¿Por qué trabajamos persistentemente por ello? ¿Cuál es el espíritu que nos liga a todos entre nosotros? Ya he hablado mucho sobre todo eso, y no quiero ahora repetir mis palabras, cuanto más que todos vosotros tras meditarlo durante un rato encontraréis con facilidad las respuestas por vosotros mismos. Ante vosotros, norteamericanos prácticos, quiero analizar otras cuestiones, a saber: ¿estamos nosotros con nuestro trabajo en el camino correcto, o podemos temer que todo nuestro trabajo se demuestre inútil? Ahora la plena consciencia del camino ya recorrido da a los caminantes la suficiente energía para vencer todas las dificultades que se encuentren en el camino.
Lo más natural sería que los miembros del comité razonasen simplemente de esta manera: existe una lengua artificial que se ha demostrado que está viva, que funciona bien, se mantiene excelentemente desde hace muchos años, ha creado una gran literatura, ha elaborado su espíritu y vida, etcétera; por lo tanto, en lugar de hacer, sin necesidad ni finalidad, nuevos experimentos arriesgados, simplemente aceptemos lo que ya existe; démosle el apoyo de la autoridad de los gobiernos que representamos, y entonces el eterno problema será resuelto completamente, y desde mañana toda la humanidad civilizada se comprenderá recíprocamente.
Ésa, repito, es la decisión más natural que podemos esperar del comité elegido por los gobiernos. Pero supongamos que el comité descubre que hay necesidad de realizar diversos cambios en el Esperanto. ¿Qué haremos entonces?
Ahora supongamos que se crea un comité para decidir sobre la cuestión de una lengua internacional, y que ese comité tiene una fuerza no ficticia, sino efectiva y grande. Antes ya demostré que si ese comité no quiere que su decisión se quede si valor práctico, procurará tomar o bien el Esperanto, o algo muy parecido al Esperanto. Ya he dicho que lo más creíble sería aceptar el Esperanto en su forma actual. Pero supongamos que no se quiere hacer eso; cómo actuará, pues: porque comprenderá demasiado bien que para crear una lengua viva no basta que un hombre instruido se diga la crearé, que no se puede hacer por encargo en un par de semanas, que ello exige un trabajo muy largo, fervoroso, dedicado, exige realizar pruebas, cambiar el sentido, etc., y porque sabrá que ya existe una lengua sobre la que han trabajado muchas personas han trabajado mucho tiempo que tiene una historia de muchos años una vida auténtica, que esa lengua funciona muy bien, y que sólo hay algunos puntos que se podrían discutir: por eso es comprensible que si el comité aborda su cometido con seriedad, no se arriesgará a embarcarse en la creación de una lengua totalmente nueva, ni tomaría otro proyecto al que la vida no ha probado lo suficiente, ni comenzará sin necesidad y por lo tanto sin prudencia, una lucha contra los que ya han trabajado en el tema, sino que tomarán el Esperanto y le harán los cambios que estimen necesarios.
¿Y a quién encargará el comité que haga los cambios? En el tiempo de preparación, cuando sería necesario examinar en principio la cuestión, qué lengua se debe elegir, el comité podría encargar la labor a cualquiera, cuidándose sólo de que los electores fuesen personas prudentes y apartidistas y fuesen conscientes del alcance de la responsabilidad que se les confía. Pero cuando la lengua ya se hubiese elegido y se decidiese hacer en ella cambios, ¿a quién pedirían consejo para ese trabajo? La prudencia más simple y la más sencilla comprensión del método científico dicen que uno se debe aconsejar en primer lugar por personas que conozcan la lengua internamente, pro las que hayan trabajado más por ella, los que la hayan utilizado prácticamente más, y por lo tanto tengan en ella una gran experiencia y conozcan mejor sus carencias efectivas. Todos comprenden perfectamente que hacer cambios en una lengua guiándose sólo por el aspecto exterior y sin aconsejarse por personas que conozcan bien esa lengua sería cosa de críos, que ciertamente ningún comité podría hacer si tratase su tarea de una forma seria y no lo sugiriesen personas que tienen ocultos intereses.
Y si los miembros del comité deciden hacer cambios en el Esperanto, ¿qué podrían cambiar? Si quisieran decir, por ejemplo: esta palabra está tomada de una lengua que hablan ciento veinte millones o si dijesen : no nos gusta la palabra estas, preferimos esas, etc., sería un infantilismo que no se podrían permitir ciertamente personas adultas y serias, porque comprenderían que en una lengua que tiene una vida de muchos años, cambiar una gran cantidad de palabras por un simple capricho, a causa de algún motivo teórico carente de valor práctico sería una insensatez. Al recordar que se espera de ellos no un divertimento teórico filológico, sino un trabajo práctico, evidentemente cambiarían sólo las palabras o formas que se revelaran malas en sí mismas, absolutamente malas, o muy inoportunas para los usuarios de la lengua. Pero si recorréis todas las críticas que se han realizado contra el Esperanto a lo largo de veinte años -y al Esperanto ya lo han criticado muchos miles de personas, y ciertamente a ninguna de ellas se le ha ocultado ninguna de sus carencias-, veréis que la enorme mayoría de esas críticas son simplemente caprichos personales. El número de esas propuestas de cambio que efectivamente podrían tener algún valor práctico es tan pequeño que no ocuparía más de una pequeña cuartilla, que se podría rellenar en media hora; pero incluso entre esos escasos supuestos cambios, los más importantes son sólo mejoras aparentes que después de una consideración seria y madurada se han revelado empeoramientos. Así por ejemplo, el abandono de los supersignos (circunflejos) y del acusativo que propuse hace dieciséis años para liberarnos de los atormentadores y facilitar la propaganda del Esperanto, y que exige la mayoría de los reformistas, ese cambio en el tiempo actual, y algo más ante los ojos del comité establecido por el gobierno y su consiguiente fuerza, debe aparecer como totalmente inaceptable, porque presentaría una amputación del valor interno de la lengua para complacer a sus observadores de fuera de la lengua; abandono de sonidos necesarios e importantes en la lengua y de la libertad en el orden de las palabras para... que los impresores no necesiten gastarse algunos miles y que los principiantes se ahorren algunas dificultades.
Si tomáis un artículo en Esperanto presentado por nuestros contrarios para desacreditar al Esperanto, casi siempre encontraréis sólo una cosa: una gran masa de terminaciones de plural -j, ¡la desgraciada -j a la que nadie se ha atrevido a criticar, sin embargo, en la hermosa lengua griega, que sin embargo es la quintaesencia de todos los terrores que nuestros contrarios muestran en Esperanto!
En una palabra, todos comprenderéis fácilmente que si alguna vez un comité nombrado por un gobierno decidiese hacer cambios en el Esperanto y si ese comité se tomase el asunto en serio, podría cambiar en Esperanto sólo muy poca cosa; el Esperanto posterior a ese comité seguiría siendo la misma lengua que antes, sólo quizá con algunas formas que ya se considerarían arcaísmos y que cederían su lugar a formas más oportunas, sin romper de ninguna manera la continuidad de la lengua ni arruinando el valor de lo que hasta ahora ya adquirido. Esto no es nuestro piadoso deseo, sino lo que nos certifica la simple lógica y prudencia, contra las que seguro que ningún comité serio querría pecar, si no quisiera que sus trabajos se queden en la práctica sin ningún resultado en absoluto.
Esto es la única vía natural posible al problema de los cambios. Todos los que quieran contrariar este movimiento natural sólo conseguirán perder sus energías inútilmente. Las raíces esperantistas del árbol de la lengua internacional ya han penetrado tan profundamente en la tierra de la vida que ya ningún novelero podrá cambiar las raíces o podar el árbol según su buen parecer.
¡Queridos congresistas! Toso lo que he dicho no se debe a la autoconfianza del autor, porque yo convengo totalmente y confieso abiertamente que para cambiar algo en la marcha natural del asunto de la lengua internacional me encuentro en la misma situación de impotencia que cualquier otra persona. Defiendo con fervor nuestra senda actual debido únicamente a las leyes irrefutables de la lógica, que me dicen que es la única senda que con plena certeza nos conducirá a nuestro objetivo. Quienquiera que quiera cambiar el camino natural del asunto de la lengua internacional -siendo totalmente indiferente si se trata de un enemigo del Esperanto o el más famoso amigo, si es una persona desconocida o eminente, si actúa por palabras o por el dinero y astucias, si es un conservador fanático o un experimentador ansioso de novedades, sise trata de el más puro idealista o del más famoso egoísta aprovechado, si hace ruido y maldice o si trabaja oculto bajo la tierra- nunca tendrá éxito; podrá crear un cisma temporal y adquirir la gloria triste del que estorba y mina, pero nunca podrá obligar a todos los amigos de la idea interligüística a desechar por unas bagatelas insignificantes todo lo que ya poseen, que se ha demostrado plenamente vivo y en lo que ya se ha invertido una enorme cantidad de trabajos y de vida, y que por una vía natural debe poco a poco y constantemente nuevos jugos. Esto debe recordar todo aquel que trabaje en el campo de la lengua internacional, y si esto no lo recuerda, la vida misma le dará la necesaria instrucción.
Podemos por lo tanto trabajar con tranquilidad; no debemos entristecernos si nuestro afán es alguna vez muy difícil y desagradecido; a nuestro lado está no sólo el fuego de nuestros sentimientos, a nuestro lado están también las incuestionables leyes de la lógica y la prudencia. Sembremos pacientemente una y otra vez para que nuestros nietos tengan una bendita cosecha.
Al Sexto Congreso Esperantista, que sin duda inyectará muchas semillas en la tierra americana, le dedico mi saludo de corazón.
L.L. Zamenhoff