Me pregunta usted, Sr. Borovk, por qué surgió en mí la idea de crear una lengua internacional y cuál ha sido su historia desde el momento de su nacimiento hasta el día de hoy. La historia pública de la lengua, es decir, desde que abiertamente salí con ella a la luz pública, más o menos es conocida por usted; por otra parte este periodo de la lengua es aún ahora, por muchas causas, inoportuno tocar.Le comentaré, a grandes rasgos, sólo la historia del nacimiento de la lengua.
Es difícil para mí contarle todo detalladamente, porque mucho de ello yo mismo lo he olvidado. La idea, a cuya realización dediqué toda mi vida, surgió en mí -es cómico confesarlo- en mi más temprana infancia y desde entonces nunca me abandonó. Viví con esta idea y no puedo imaginarme sin ella. Esta circunstancia, en parte, le aclarará por qué con tanta obstinación trabajé en ella y por qué yo, a pesar de todas las dificultades y amarguras, no abandoné esta idea, como hacen muchos que trabajaron en este campo.
Nací en Bialistok, gobierno de Grodno [en Polonia, el 15 de diciembre de 1.859]. Este lugar de mi nacimiento y de mis años infantiles marcó la dirección a todas mis futuras pretensiones. En Bialistok la población estaba formada por cuatro elementos: rusos, polacos, alemanes y hebreos. Cada una de estas comunidades hablaba su lengua particular y se relacionaba de manera hostil con las restantes. En esta ciudad, más que en cualquier otra, una naturaleza sensible siente la pesada desgracia de la diversidad de lenguas y a cada paso se convence de que la diversidad de lenguas es la única, o al menos la principal causa, que separa a la familia humana y la divide en partes enemigas.
Se me educó en el idealismo; se me enseñó que todos los hombres son hermanos, mientras en la calle y en las plazas todo, a cada momento, me hacía sentir que los hombres no existían: existen sólo rusos, polacos, alemanes, hebreos, etc. Todo esto siempre atormentó enormemente mi alma infantil, aunque muchos, quizá, se sonrían de este dolor por el mundo en un niño. Porque en aquella época me parecía que los adultos poseían una especie de fuerza todopoderosa, me repetía a mí mismo que cuando fuera mayor eliminaría irremediablemente este mal.
Poco a poco me fuí convenciendo, lógicamente, de que las cosas no se realizan tan fácilmente como se lo imagina un niño. Una tras otra fuí eliminando diferentes utopías infantiles, y sólo el sueño de una lengua humana nunca puede eliminar. Me sentía atraído hacia ella, aunque, lógicamente, sin ningún tipo de plan preconcebido.
No recuerdo cuándo, pero en cualquier caso fue a edad muy temprana, se formó en mí la conciencia de que la única lengua podía ser una neutral, que no perteneciese a ninguna nación existente. Cuando del colegio real de Bialistok -aún acudía al instituto- me trasladé al instituto de clásicas en Varsovia, durante algún tiempo me sentí atraído por las lenguas antiguas y soñaba con que alguna vez viajaría por todo el mundo y mediante discursos encendidos inclinaría a los hombres a revitalizar una de estas lenguas para su uso común. Más tarde, no recuerdo ya cómo, llegué al firme convencimiento de que esto era imposible y comencé a soñar en una lengua artística.
Con frecuencia iniciaba algunas pruebas, inventaba declinaciones y conjugaciones enriquecidas y artificiales. Pero una lengua humana, como yo creía, con su infinita cantidad de formas gramaticales, con sus cientos de miles de palabras con sus gruesos y aterradores diccionarios, me parecía una máquina tan artificial y colosal que más de una vez me dije: ¡fuera los sueños! Este trabajo no está hecho para fuerza humana; y, sin embargo, siempre volvía a mi sueño.
Yo había aprendido las lenguas alemana y francesa en mi infancia, cuando aún no se puede comparar y llegar a conclusiones. Pero cuando, estando en la 5ª clase del instituto, comencé a aprender la lengua inglesa, la sencillez de su gramática apareció ante mis ojos, sobre todo al pasar a ella de las gramáticas griega y latina. Me di cuenta entonces de que la riqueza de las formas gramaticales es sólo un ciego acontecimiento histórico, pero innecesarias para una lengua. Bajo esta influencia comencé a investigar en la lengua y a eliminar las formas innecesarias,dándome cuenta de que, cada vez más, la gramática se me derretía entre las manos, y pronto llegué a la gramática más pequeña, que ocupaba, sin detrimento para la lengua, no más de algunas páginas. Entonces comencé a entregarme más seriamente a mi sueño. Pero los voluminosos diccionarios no me dejaban tranquilo.
Una vez, cuando estaba en la 7ª clase del instituto, atrajo por casualidad mi atención el cartel de Shvejkarskaja (portería), que ya había visto muchas veces, y luego la etiqueta Konditorskaja (pastelería). Esta terminación -kaja (pronunciado 'kaia') me llamó la atención y me demostró que los sufijos dan la posibilidad de crear, a partir de una sola palabra, otras diferentes, de forma que no hay necesidad de aprendérselas aparte. Llegué a este convencimiento de golpe, y de repente sentí la tierra bajo mis pies. Sobre los aterradores vocabularios gigantescos cayó un rayo de luz, y comenzaron a menguar de tamaño rápidamente, ante mis ojos.
¡El problema está resuelto!, me dije entonces. Capté la idea de lo sufijos y comencé a trabajar en esta dirección. Comprendí qué gran significado podía tener para la lengua creada conscientemente el uso pleno de esta fuerza que en las lenguas naturales tiene una eficacia parcial, ciega, errática e incompleta. Comencé a comparar palabras, buscando reglas constantes y definidas, y cada día me añadía al vocabulario una nueva y enorme serie de palabras que substituían a una gran cantidad de palabras por medio de un sufijo que significaba cierta relación. Constaté que una gran cantidad de palabras radicales (por ejemplo madre, corto, tenedor, etc.) podían transformarse fácilmente en palabras derivadas y desaparecer del diccionario. La mecánica de la lengua se me presentaba como en la palma de mi mano, y entonces comencé a trabajar con regularidad, con amor y esperanza. Al poco tiempo terminé de escribir toda la gramática y un pequeño vocabulario.
Aquí diré sólo unas palabras sobre el material del vocabulario. Mucho antes, cuando buscaba y desechaba lo que no era fundamental en la gramática, deseaba utilizar los principios de la economía también para las palabras y, convencido de que daba igual qué forma tendría esta o aquella palabra, siempre que nos pusiéramos de acuerdo en que expresa una idea determinada, yo simplemente ideaba palabras,procurando que fuesen tan cortas como fuese posible y que no tuviesen un número innecesario de letras. Me decía que en lugar de las once letras de interparoli podríamos expresar la misma idea con las dos letras de la palabra pa. Por eso yo simplemente escribía la serie matemática de los grupos de letras más cortos posible, pero fácilmente pronunciables, a los que daba el significado de una palabra definida (ejemplo: a, ab, ac, ad, ..., ba, ca, da,...,e, eb, ec, ..., be, ce, ... aba, aca,..., etc.) Pero este pensamiento lo deseché enseguida, porque la experiencia me demostró que las palabras así elaboradas eran difíciles de aprender y aún más difíciles de memoriazar. Ya entonces me convencí de que el material para el diccionario debería ser románico-germánico, alterado sólo en lo que exige la regularidad y otras condiciones importantes de la lengua. Al pisar ya este terreno, pronto me percaté de que las lenguas actuales poseen una enorme provisión de palabras que ya son internacionales, que son conocidas por todos los pueblos y que consituyen un tesoro para la futura lengua internacional: y yo, evidentemente, utilicé ese tesoro.
En el año 1878 la lengua ya estaba más o menos terminada, a pesar de que entre la entonces Lingwe Universala y el actual Esperanto había aún una gran diferencia. Hablé de ello a mis compañeros (estaba en el octavo curso del instituto). La mayoría de ellos se entusiasmó por la idea y por la chocante facilidad de la lengua, y comenzaron a aprenderla. El cinco de diciembre de 1878 todos nosotros celebramos solemnemente el bautizo de la lengua. Durante esta fiesta hubo intervenciones en la nueva lengua, y entonamos con entusiasmo el himno cuyas primeras palabras son las siguientes:
Lingwe Universala | Traducción | En Esperanto | |
---|---|---|---|
Malamikete de las nacjes | Odio de las naciones | Malamikeco de la nacioj | |
Kado', kado', jam temp' esta'! | ¡Cae, cae, ya es hora! | Falu, falu, jam tempo estas! | |
La tot' homoze in familje | Toda la humanidad en familia | La tuta homaro en familion | |
Konunigare so deba'. | debe unirse. | unuiĝi devas | |
En la mesa, además de la gramática y el diccionario, había algunas traducciones en la nueva lengua.
Así acabó el primer periodo de la lengua. Yo aún era demasiado joven para salir en público con mi trabajo, y decidí esperar todavía unos cinco o seis años y durante este tiempo probar con cuidado la lengua y trabajarla en la práctica. A los seis meses de la fiesta del cinco de diciembre terminamos el curso y los compañeros nos separamos. Los futuros apóstoles de la lengua intentaron hablar sobre la nueva lengua y, ante las burlas de las personas mayores, abandonaron la lengua y me dejaron totalmente solo. Previendo burlas y persecuciones, decidí ocultar mi trabajo. Durante los cinco años y medio de mi estancia en la universidad, nunca le hablé a nadie de mi asunto. Este tiempo fue para mí muy difícil. La clandestinidad me atormentaba; obligado a esconder con cuidado mis pensamientos y planes, no estuve en ningún sitio, no tomé parte en nada, y la época más hermosa de la vida los años de estudiante pasó por mí sin gracia. Intenté de alguna manera distraerme en la sociedad, pero me encontraba desplazado, suspiraba y me marchaba, y de vez en cuando aliviaba el corazón con versos de la lengua elaborada por mi. Uno de estos versos (Mi pensamiento) lo puse después en el primer librito que publiqué; pero para los lectores, que no sabían en qué circunstancias se habían escrito, parecían -claro- extraños e incomprensibles.
Durante seis años trabajé en perfeccionar y probar la lengua: y tuve bastante trabajo, aunque en el año 1878 me parecía que la lengua ya estaba preparada. Traduje mucho a mi lengua, escribí en ella obras originales, y las pruebas me demostraron que lo que parecía totalmente terminado en teoría estaba todavía sin terminar en la práctica. Tuve que desbastar, substituir, corregir y transformar de raíz mucho. Palabras y formas, principios y postulados se empujaban y estorbaban entre sí, mientras que en teoría, por separado y en ejemplos cortos, me parecían totalmente válidas. Algunas cosas, como por ejemplo la preposición universal je, el verbo flexible meti, la terminación neutral pero definida aŭ, etc, no me cabían en la cabeza en teoría. Algunas formas, que me parecían enriquecedoras, se revelaban en la práctica como un peso superfluo; así, por ejemplo, tuve que abandonar algunos sufijos innecesarios. En el año 1878 me había parecido que a una lengua le bastaba tener una gramática y un vocabulario; la pesantez y la falta de gracia de la lengua las atribuía yo entonces a que todavía no la poseía lo suficientemente afianzado; la práctica me convenció una y otra vez de que la lengua necesitaba todavía algo impalpable, el elemento catalizador que le da a una lengua la vida y el espíritu definido y totalmente formado. (La ignorancia de este espíritu de la lengua es la causa por la que muchos esperantistas, que han leído muy poco en la lengua Esperanto, escriben sin errores, pero con un estilo pesado y desagradable,mientras que los esperantistas más expertos escriben con un estilo bueno y enteramente igual al de la nación a la que pertenecen. El espíritu de la lengua sin duda cambiará mucho con el tiempo, aunque poco a poco y sigilosamente; pero los primeros esperantistas, personas de naciones diferentes, no encontrarían en la lengua un espíritu definido fundamental, cada uno tiraría hacia su lado y la lengua seguiría eternamente, o por lo menos durante un tiempo largo como una colección de palabras sin gracia y sin vida). Por ello comencé a evitar las traducciones literales de esta o aquella lengua, y procuré pensar directamente en la lengua neutral. Después me di cuenta de que la lengua en mis manos dejaba ya de ser una sombra sin fundamento de la lengua con la que estaba en relación en eese momento, y recibía su espíritu propio, su vida propia, su fisonomía auténtica definida y claramente expresada, independiente ya de cualesquiera influencias. La palabra fluía por sí misma, flexible, graciosamente y con total libertad, como lengua materna viva.
Quedaba una cirucunstancia que me hizo retrasar durante mucho tiempo mi salida pública con la lengua: durante largo tiempo no pude resolver un problema que tiene una enorme significación para una lengua neutral: sabía que se me diría: su lengua será útil para mí sólo cuando todo el mundo la haya aceptado; por eso no podemos aceptarla hasta que todo lo mundo lo haya hecho antes. Pero puesto que el mundo no es posible sin unidades previas especiales, la lengua neutral no podía tener futuro hasta que consiguiese hacerse útil para cada persona en particular independientemente de que ya se hubiese aceptado o no. Sobre este problema pensé largamente. La pista final me la dieron los alfabetos secretos, que no exigen que el mundo los haya aceptado previamente, y que dan al destinatario no preparado la posibilidad de comprender todo lo que se le haya escrito, siempre que se le haya dado previamente la clave: ello me llevó a reorganizar la lengua a la manera de una clave semejante, que, al contener no sólo todo el vocabulario, sino también toda la gramática en la forma de elementos totalmente independientes y ordenados alfabéticamente, diese la posibilidad, al destinatario sin preparación previa de cualquier nación, la posibilidad de comprender una carta.
Terminé la universidad y comencé la práctica de la medicina. Ahora ya comenzaba a pensar en la salida pública con mi obra. Preparé el manuscrito de mi primer librito (Drº Esperanto. Lengua Internacional. Prólogo y manual de aprendizaje completo) y comencé a buscar editor. Pero aquí me tropecé por primera vez con la amarga práctica de la vida, la exigencia financiera, con la que después tuve y aún tengo que luchar mucho. Durante dos años busqué en vano un editor. Cuando encontré uno, preparó la edición de mi librito durante medio año y al final se volvió atrás.
Por fin, después de muchos esfuerzos, conseguí editar yo mismo el primer libro en julio del año 1887. Estaba excitado ante esto; sentía que estaba ante el Rubicón y que desde el día en que apareciese mi libro, ya no tendría la posibilidad de volverme atrás; sabía qué suerte le aguarda al médico, que depende del público, de que la gente vea en él a un loco, a un hombre que se ocupa de asuntos marginales, sentía que apostaba a una carta toda la tranquilidad y existencia propia y de mi familia; pero no podía abandonar la idea que llevaba en cuerpo y alma y... crucé el Rubicón.
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